Historias de casa...: Muere Paulina Rivas, actriz que hizo de "Bruja" en la pelicula colombiana PERRO COMO PERRO

Muere Paulina Rivas, actriz que hizo de "Bruja" en la pelicula colombiana PERRO COMO PERRO

Este domingo murio en la ciudad de Cali Paulina Rivas, actriz natural del pacifico colombiano, que con muy poca experiencia en actuación, personifico a la bruja que en todo momento aconsejaba y ayudaba con sus rezos al "Orejon" otro de los personajes que trabajo en la pelicula caleña "PERRO COME PERRO" y que muy poco después de su rodaje también murió.

Casa OCCIO enaltece la labor de Paulina Rivas y aprovecha este espacio para copiar un perfil que le hicieron a ella en el periódico El Espactador.

Fotografia: http://perrocomeperro.com.

Brujerías de una actriz del Atrato

Víctima de la tragedia de Bojayá, Paulina Rivas interpreta a una bruja del Pacífico en la película del caleño Carlos Moreno. La cinta hace parte del ‘World Dramatic Competition' del festival de cine independiente.

No es fácil decir con certeza de quién aprendió Paulina Rivas Ayala los movimientos, las posturas y los gestos de las personas que practican la brujería. Pudo haber sido de sus tíos, de los ‘indios’ o de las historias de espantos que abundan en su natal Bojayá. Pero lo más seguro es que haya sido de su familia.

De ahí viene la naturalidad histriónica de Rivas, la ‘actriz’ que interpreta al personaje de la bruja en Perro come perro, la primera película colombiana que hace parte de la selección oficial del festival de cine independiente de Sundance.

Según el relato mágico de Rivas, sus tíos Candelario y Luisa Ayala “ensayaban” cada noche sus actos de brujería y no se sabía cuál de los dos era más poderoso. “Vamos a ver cuál sabe más”, retó Candelario Ayala a su hermana. Al día siguiente aparecieron muertos 80 lechones que tenía Luisa Ayala en el solar de su casa. Pero el contraataque no se hizo esperar. “Desde la mañana siguiente y hasta el día de su muerte, mi tío estuvo sin nariz”, cuenta Paulina Rivas.

El caso es que, como sospechan algunos de los productores de Perro come perro, ella sacó lo mejor del repertorio familiar para desempeñar ese rol. Pocos se explican cómo una mujer de 67 años –que para memorizar los guiones tenía que acudir a su esposo para que se los leyera–, llegó a protagonizar una cinta junto a actores como Óscar Borda, Blas Jaramillo y Marlon Moreno. Hasta el día que abandonó Bojayá las pantallas habían estado lejos, muy lejos de la vida de Rivas. Sin embargo, durante esta semana varios productores de la ciudad de Los Angeles se han preguntado por el recorrido profesional de Paulina Rivas. Lo único cierto es que sólo cuatro veces en su vida ha estado al frente de una pantalla de cine.

Una huida al cine


Hasta el 2 de mayo del 2002, Bojayá era un pueblo sumergido en el anonimato de las aguas del Atrato chocoano. Ese día, dos de los 27 hijos de Rivas al escuchar los primeros estallidos, corrieron a guarecerse bajo el techo de la iglesia. “Yo no quiero acordarme/ de mi pueblo Bojayá/ Y fue un caso muy triste/ lo que nos pasó allá / Fueron 119 / los que mataron en la iglesia / Y eso fue en Bellavista / Y también en Bojayá / Y también en Bojayá...”, es uno de los currulaos que Paulina empezó a componer motivada por la diáspora y la muerte de sus hijos.

Ella, su esposo y dos de sus nietos se salvaron de la masacre porque estaban pescando en el río y, apenas escucharon las explosiones, se internaron en el monte. Treinta y cinco días estuvieron allí, hasta que una panga de la Cruz Roja los llevó a ellos y a otras 60 familias, río arriba, hasta Quibdó. Allí les aconsejaron que siguieran su viaje hacia tierras más pacíficas, pues la guerra apenas comenzaba. Continuaron su camino hacia el sur, rumbo a Cali.

El 2 de enero de 2003, Paulina Rivas y su familia se pudieron ‘establecer’ en un barrio de invasión de esa ciudad. Ya son cinco años, “como un secuestro”, en un rancho del distrito caleño de Aguablanca, bajo la sombra de un plástico y sobre la tierra sin lozas.

Estar entre el calor del techo y la humedad del piso es, para los médicos que la han tratado desde entonces, la causa de sus últimas enfermedades. Esta semana, Paulina Rivas ha estado agripada. No obstante, saca esa voz suya que ignora las eses, que recuerda con facilidad las entonaciones y los ritmos del Chocó, para narrar el drama de quien llega a la ciudad con poco o nada, para contar la desazón que le produce la espera, la incertidumbre y el incumplimiento de un Estado que le prometió casa en vez de desalojo: “Si llega un abogado / siga señor / Si llega un licenciado / pase doctor / Si llega un desplazado / usted me espera allá / Si quiere que lo atienda / señor madrugue más”.

Por sus currulaos a Paulina le ofrecieron actuar en una obra en la que personas desplazadas llegaban a Cali y relataban con cantos sus experiencias en ese mundo diferente llamado ciudad. Carlos Moreno, el director de Perro come perro, había buscado a una bruja del pacífico que atormentara con su santería y conjuros a Eusebio Benítez, uno de los integrantes del dúo de sicarios que protagonizan la cinta.

Era el mes de septiembre de 2006 y apenas faltaban tres semanas para empezar el rodaje. Moreno quería una bruja del Pacífico –negra, tabaco en mano, el pelo enmarañado–, pero todas la actrices de ‘nombre’ del país que pasaron por el casting para interpretar a Iris actuaban más parecido a la bruja de Hansel y Gretel. Paulina no tenía referente parecido.

Para la escena en que Iris ‘reza’ el tabaco, Rivas recordó sus tierras bañadas por el Atrato y los indígenas que la invitaban a sus celebraciones. Paulina Rivas imitó sus cantos: “Eso es como rezar, pero todo enredado”.

Antes de los 35 años hubiera sido difícil que su interpretación estuviera cargada de convicción. Hasta entonces, y a pesar de haber nacido y crecido en una zona donde “se ve mucha brujería”, donde “espantan todo el día y se ven cosas tenebrosas”, Paulina era una escéptica en cuestiones mágicas.

No había ‘tulavieja’, ni chamán que valiera. Paulina Rivas se declaró creyente de las maldiciones enviadas a través del tabaco, de los brujos que reencarnan y las magias que traía con sus aguas el río, sólo hasta que escuchó con sus propios oídos al más terrible de todos los espantos del Atrato: la ‘madre de agua’. “Son brujos que caminan como un perro, como un marrano. Que se pueden convertir. Si quieren se ponen chiquitos, si quieren se ponen grandes. Que te persiguen si están bravos. Son los ‘indios’ los que lo ponen. Entran en la casa y se quedan, muy chiquitos, entre las cenizas del fogón”.

Era hora de abordar la cama y un chillido proveniente del puerto de Bojayá, cobijado por las sombras, estremeció la tierra. “Yo no creía en eso hasta que la escuché... Fue terrible”.

Ya creía en las cosas sobrenaturales. El resto de lo que necesitó para interpretar su papel de Iris, la brujería, ya era cosa de familia.

  • Juan David Montoya Alzate | EL ESPECTADOR


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